En una sociedad que celebra la juventud y el éxito, la muerte queda a menudo escondida en un rincón incómodo de nuestra cultura.
Aunque es una realidad inevitable y universal, sigue siendo uno de los grandes temas silenciados. ¿por qué nos cuesta tanto hablar de la muerte? ¿Por qué a menudo la vivimos en soledad, con miedo o vergüenza?
Durante siglos, la muerte era una experiencia compartida. Se acompañaba a casa, en familia. se ha institucionalizado y se acostumbra a vivir a puerta cerrada , dentro de hospitales o tanatorios. Esta pérdida de contacto directo ha hecho que dejemos de tener lenguaje, referentes y espacios para hablar o procesarla de forma natural.
Además, hay que sumarle el ritmo acelerado de vida actual, la negación del dolor y la cultura de la autoexigencia, que no nos dejan demasiado sitio para el duelo ni para la fragilidad.
Una sociedad que evita hablar de la pérdida
Vivimos rodeados de mensajes que asocian la muerte con fracaso, tristeza o incluso debilidad.
Como resultado, muchas personas llegan a la muerte sin hablar nunca de ella, sin haberse preparado emocionalmente y sin herramientas para transitar el duelo. Este silencio nos hace más vulnerables, no más fuertes.
¿Qué ocurre cuando no hablamos?
Cuando la muerte es un tabú, no sólo nos afecta a nosotros, también afecta cómo acompañamos a los demás. Nos incomoda hablar con una persona que ha perdido a alguien querido, no sabemos cómo actuar ante la enfermedad de un amigo o cómo explicar la muerte a los niños. El silencio no nos protege. Por el contrario, puede hacer que el dolor se acumule y se cronifique, o que las emociones queden atrapadas. La muerte, cuando se comparte y verbaliza, puede convertirse en una experiencia compartida y de cuidado.
Varios autores como Elisabeth Kübler-Ross , pionera en el acompañamiento al final de vida, han defendido que la muerte debería formar parte de la educación emocional desde pequeños. Hablar de ellos no genera trauma, sino que ayuda a integrar la pérdida en la vida como una realidad natural e inevitable.
En países como Suecia o Países Bajos, ya existen iniciativas educativas para tratar la muerte en las escuelas. En nuestro país, empezamos a dar pasos tímidos con proyectos como nuestro taller dirigido a niños Yo también lloro , pero todavía queda mucho camino por recorrer.